jueves, 17 de enero de 2013

"LL de lluvia y ñ de ñublo" el cuento de Grassa Toro


"Está ñublo", nace del cuento "LL de lluvia y ñ de ñublo" es uno de los cuentos que  conforman el libro La Sequía. Abecedario ilustrado. Escrito por Grassa Toro e ilustrado por Diego Fermín, editado por el  Gobierno de Aragón con motivo del día de Aragón el año 2007.

http://issuu.com/diegofermin/docs/la_sequia_abecedario_ilustrado/1



Ll de lluvia y Ñ de ñublo

            El anciano había llegado al fin de sus días con bien pocas cosas: un abanico de un circo chino, una pipa de agua turca, una fotografía de un francés acostado en la cama, y un reloj. El resto de lo que necesitaba para vivir se lo proporcionaban vecinos, amigos y familiares. Aún así, pensó que sus propiedades eran excesivas para quien está pronto a despedirse de este mundo.
            Llamó a sus tres nietos y a cada uno de ellos le entregó un objeto y le hizo un encargo. Al nieto mayor le puso en la mano el abanico y le señaló el camino más corto para llegar a China. Una vez estuviera allí, debería buscar a la mujer más hermosa de China y devolverle el abanico. Trabaja en un circo, añadió.
            Al nieto mediano le entregó la pipa para fumar tabaco de manzana y un mapa dibujado a mano donde aparecía resaltada Turquía. Le pidió que encontrara al hombre más generoso de Turquía y le devolviera la pipa. Es dueño de un comercio, añadió.
            Al nieto pequeño le dio la fotografía del hombre acostado en la cama. Le insistió en que no se le ocurriera buscarlo en Francia; seguro que andaba todavía por Abisinia. Esa foto le pertenecía, debía volver a él. Es poeta, añadió.
            El anciano se quedó con el reloj.
            Como no tenía otra cosa, a las gentes que se acercaban a él y querían entablar conversación no les quedaba más remedio que preguntarle por la hora. El anciano siempre respondía de igual manera; fijaba su mirada sobre la cristalina esfera y decía: “está ñublo”. Los niños reían al oír esta palabra; los adultos se miraban, el rostro envuelto en una preocupación que no venía al caso; y los más ancianos creían recordar haberla oído alguna vez, pero no podían fijar ni dónde ni cuando.
            Al anciano le importaba una soberana nada cómo se lo tomaban los unos y los otros. “Ñublo, está ñublo”, repetía mientras esperaba el regreso de sus nietos.
            El primero en volver fue el nieto pequeño. Abisinia estaba a un paso. Además, no se entretuvo mucho porque nada más llegar encontró al poeta acostado en la misma cama que aparecía en la fotografía. Le recibió con persianas bajadas y cortinas corridas, en el más oculto de los silencios.
            - Quiero que lleves a tu abuelo un reloj y un poema – dijo el hombre acostado-. El reloj está envuelto en esa hoja de periódico, el poema lo tendrás que aprender de memoria porque nunca he llegado a escribirlo ni voy a hacerlo. Escucha, y repíteselo, tu abuelo lo reconocerá.
            A la vuelta, el abuelo le pidió a su nieto que guardara el reloj del poeta en su bolsillo y que le recitara el poema mientras esperaban que regresaran sus hermanos.
            Los vecinos seguían preguntando por la hora siempre que se encontraban con el anciano.
            -Está ñublo- contestaba, mirando su reloj.
            - Está ñublo, contestaba el nieto pequeño, mirando el reloj del francés.
            El segundo en volver fue el mediano de los hermanos. Llegaba desde el confín del mediterráneo. Había encontrado al hombre más generoso de Turquía sentado a la puerta de su almacén, fumando una pipa muy parecida a la que él pretendía devolverle. No era ni más joven ni más viejo que su abuelo.
            - Te estaba esperando- dijo el comerciante. Reconozco esa pipa que cargas, he pasado muchas noches con tu abuelo, ocultos los dos tras el humo de esta pipa, discutiendo si el azul es el color más adecuado para el mar. Nunca conocí a nadie tan generoso. Quiero que le lleves un regalo.
            El nieto mediano descubrió el regalo ante su abuelo; era un reloj.
            - Quédatelo- dijo el anciano-. Puedes llevarlo en la muñeca. Haznos compañía mientras llega tu hermano. Dinos por qué el mar es azul.
            Como los tres andaban por la calle a toda hora esperando al que faltaba, la gente los paraba a la vuelta de cualquier esquina y les pedía la hora:
            -Está ñublo- contestaba el anciano, mirando su reloj.
            - Está ñublo, contestaba el nieto pequeño, mirando el reloj del poeta.
            - Está ñublo, contestaba el nieto mediano, mirando el reloj del comerciante.
            El último en regresar fue el mayor de los nietos. China estaba en la China. No encontró a la mujer más hermosa de su abuelo; encontró a la nieta de la mujer más hermosa, que era la mujer más hermosa. Trabajaba en un circo: andaba, comía, montaba en bicicleta y cantaba poemas de amor boca abajo, apoyada sobre sus manos, con los pies revoloteando en el aire como dos mariposas. Era el número siempre aplaudido en el circo.
            - Mi abuela me contó que tu abuelo era el hombre más hermoso de los que llegaron a China por aquellos años- dijo la nieta más hermosa, mientras recibía el abanico-. Tras este abanico se ocultaron ella y él la noche en que se conocieron. Conozco la historia, quiero entregarte algo.
            La mujer más hermosa de China puso en manos del nieto un reloj encerrado en una caja de música, que éste corrió a poner en manos de su abuelo.
            - Prefiero que lo guardes tú- dijo el anciano. Tus hermanos y yo hemos estado esperándote mucho tiempo. Salgamos a pasear.
            En la calle, se repitió la misma escena: la dueña de la frutería, el falsificador de billetes, la novicia, hasta el gobernador, que se había equivocado de dirección, quisieron saber la hora.
            - Está ñublo- contestó el anciano, mirando su reloj.
            - Está ñublo, contestó el nieto pequeño, mirando el reloj del poeta francés.
            - Está ñublo, contestó el nieto mediano, mirando el reloj del comerciante turco.
            - Está ñublo, contestó el nieto mayor, mirando el reloj de la mujer más hermosa de China. 
            - Sí, nietos míos, está ñublo- insistió el anciano-. Los cuatro relojes está parados, lo sabéis; el tiempo se ha detenido como queda inmóvil el cielo cuando las nubes lo clausuran y nosotros, tan poca cosa, comprendemos que, en ese instante fatal, no tenemos nada que hacer, sólo esperar. Nosotros, que somos capaces de postrarnos en el lecho, de escribir poesía, de fumar, de hacer amigos, de atesorar y repartir riquezas, de andar boca a bajo, de enamorarnos, de ocultarnos y de volver a aparecer, no somos capaces de llover. Yo lluevo, tú llueves, nosotros llovemos, vosotros llovéis: imposible, nietos míos, tarea más que imposible.
            Y dicho esto, el anciano se ocultó para siempre.



           
 Texto: Grassa Toro. Ilustración: Diego Fermín

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